Antes de empezar, una advertencia: esto no es una película. Esto es el copión de una película que jamás fue montada. Es más, esto es la mitad del copión de cuatro horas que todavía se conserva en el archivo de Pere Portabella y que además está mudo, sin sonoro. Por eso la experiencia de verlo es única. Más en un caso como en el de Maenza, tan amante del caos y lo inacabado. Hortensia/Beancé tiene la cronología del rodaje, con todas las escenas revueltas, las claquetas en pantalla y miradas a cámara o tomas repetidas. Todo ello permite asomarse mejor al puzzle mental del autor y tratar de componerlo en nuestras mentes. Disfrutar del estímulo del boceto y visitar la antesala que en muchas ocasiones es más reflejo de la esencia de la obra que el resultado rematado. Aquí ya estamos en Barcelona, finales de los sesenta, el tercer y último asalto fílmico de Maenza y el que está hecho con más seriedad, si por seriedad se entiende un productor, un director de fotografía y maquillaje. El excelente trabajo en la imagen de Manel Esteban nos traslada estéticamente a Japón, con composiciones de alto grado pictórico influenciadas por el teatro No y aprovechando las texturas del negativo de sonido. En esa atmósfera y con ese caos, veremos los primeros desnudos de Emma Cohen que es penetrada cinematográficamente por la cámara; un jovencísimo Félix de Azúa entonando las Goldberg (según dicen mejor que Glen Gould); el Irazoki de Pasolini entrando en una librería a lomos de una moto o Vila-Matas bailando sobre una teja.