Valencia, también en 1968. Con guion compartido con el poeta Eduardo Hervas. Además de la inconexión y la borrachera de imágenes, ya podemos ver unas constantes en el cine de Maenza: imágenes urbanas de viandantes y peatones anónimos en exteriores con el happening como arma y mise-en-scène; siempre presencia de la palabra escrita en pancartas o sobre pizarras y, al final de todo, una orgía-reunión de liberadores en un espacio ya cerrado. El colchón y la pizarra como los utensilios básicos para la revolución, uno para liberar el cuerpo, el segundo para liberar a las masas. Se cuestiona al Che, se cuestiona a Godard, se cuestiona al propio cine, en un texto que también se conserva para ser leído en directo a tres voces y musicado. El cine como un tranvía en llamas y, afuera, España todavía en dictadura.