An Oceanic Feeling

En "El malestar en la cultura" (1930), Sigmund Freud analiza el concepto de «sentimiento oceánico» de Romain Rolland y lo define como la sensación de un vínculo inquebrantable entre nuestro ser y el mundo exterior. Más que una afirmación de autonomía o de dominio, el sentimiento oceánico es un estado cercano a lo sublime en el que la integridad del propio ser se pierde, o como mínimo queda comprometida, en un sentido de eternidad, infinitud e interconexión. Para Rolland, esa sensación constituía la base del sentimiento religioso. Freud no cuestiona su existencia, pero no está de acuerdo con que sea el origen de la religión; lo considera, más bien, similar al reconocimiento que encuentra en una frase de la obra de teatro Aníbal (1835), de Christian Grabbe: «Del mundo no nos caeremos». 

Abundando en el alejamiento de Freud de la interpretación teológica del sentimiento oceánico, estas seis proyecciones se toman la metáfora al pie de la letra y devuelven esa «sensación de unión indisoluble, de pertenencia al mundo exterior como un todo» a sus orígenes acuáticos. El programa se moverá de forma idiosincrásica por la historia de las representaciones del mar en el cine documental, en busca de reflexiones sobre lo que significa pertenecer al mundo como un todo en esta época de emergencia ecológica, humanitaria y política. La desposesión del ego y el hecho de no poner el foco en lo humano se usarán como base para un ejercicio de implicación, memoria y cuidado.

Abandonar la tierra firme y ahondar en el flujo líquido del sentimiento oceánico implica una reorientación radical de la perspectiva. «Sí, del mundo no nos caeremos. Si estamos en él es de una vez y para siempre», cita Freud a Grabbe. Puede que esta afirmación sea cierta, pero apenas ocurre hoy en día que nos detenemos en sus ramificaciones, incluso cuando los momentos de violencia y catástrofe que tal vez tengan la capacidad de forzar ese juicio no dejan de acumularse cada vez con más rapidez. Con demasiada frecuencia desatendemos nuestra interdependencia básica y nuestra mutua vulnerabilidad. Tanto en el ámbito de la ecología como en el de la economía o en el de la vida en sociedad, proliferan las fantasías de autonomía y dominio. Si se amplían los límites de este paradigma, la aguda sintonía con las posibilidades éticas de la interconexión propia del sentimiento oceánico —posibilidades que hay que admitir que no eran un elemento central de las formulaciones que hicieron Rolland y Freud de este vasto concepto— puede ofrecer una forma de vivir menos dañada en esta era a la que mucha gente denomina «Antropoceno», una época en la que los efectos antropogénicos sobre el medio ambiente y el clima ya no pueden ignorarse, y en la que todavía está pendiente desmontar las epistemologías coloniales.

En «Nuestro mar de islas» el antropólogo de Tonga Epeli Hau’ofa plantea que la idea de Oceanía como una serie de minúsculas islas confinadas es un constructo imperial al que le precedía una perspectiva más holística que concebía el océano como un lugar habitado que une a una gran comunidad de intercambio. Llevando la propuesta de Hau’ofa a la escala global, el programa aúna una serie de prácticas cinemáticas para formular estas preguntas: ¿y si el océano, en lugar de dividirnos, nos conecta? ¿Qué cuestiones políticas y éticas se derivarían de ello? Se sigue asimismo la sugerencia de la académica y profesora de literatura Hester Blum según la cual no solo debemos aproximarnos al mar como tema sino que «en sus propiedades geofísicas, históricas e imaginativas, el mar proporciona una nueva epistemología —una nueva dimensión— para pensar en las superficies, las profundidades y las dimensiones extraterrestres de los recursos y las relaciones del planeta». Es cuestión de sumergirse en el mar no solo como tema, sino también como método; de explorar su papel a la hora de forjar conexiones entre personas, comunidades y entre lo humano y lo no humano. Implica rechazar la arrogancia del dominio y estar atento a las afinidades, las responsabilidades y la solidaridad que emergen de las profundidades marinas.

En la gran magnitud de los océanos —que cubren más del 70 % de la superficie de la Tierra y tienen una media de 3,5 km de profundidad— reside un vasto y fluido archivo. Es un archivo de horror, ruinas, supervivencia y belleza en el que las historias de acumulación capitalista y los traumas que aún reverberan se dejan llevar por las corrientes junto a las cautivadoras maravillas del entorno marino y al romanticismo de las olas. Este programa explorará las distintas dimensiones del océano y planteará cómo este entorno tan mitologizado puede activar formas de relacionalidad que nos induzcan a pensar más allá de lo individual, más allá de un único territorio y más allá del binarismo entre naturaleza y cultura.

Este texto es una adaptación de An Oceanic Feeling: Cinema and the Sea, de Erika Balsom, publicado por la Govett-Brewster Art Gallery, Nueva Zelanda, en 2018. Agradecemos especialmente a Govett-Brewster y sobre todo a su curador Paul Brobbel por su apoyo a este proyecto.

Promueve
Gobierno de Navarra
Organiza
NICDO
Con la ayuda de
Con la financiación del Gobierno de España. Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales Acción Cultural Española Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia Financiado por la Unión Europea. NexGenerationEU
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