Durante años, desde su llegada a Alemania desde Rusia, la abuela del director repite un acto ritual: se sienta en una silla ante la ventana de su apartamento en Bensheim y mira a la calle, habitualmente desierta. En la vida de esa anciana todo lo demás pertenece al pasado, también Tarkovski, cuyo recuerdo aparece aquí como símbolo de la nostalgia rusa.