“Recordar ayuda a construir el futuro”, dijo Guzmán cuando presentaba Nostalgia de la luz en el pasado Festival de Cannes, y esa frase condensa un trabajo documental de años que alcanza en esta película su cima poética y militante. Incansable trabajador de la memoria, pública y privada, colectiva e íntima, como dos mitades de una misma patria, Patricio Guzmán viaja al norte de Chile, a las áridas tierras del desierto de Atacama, para poner en común dos puntos tan distantes en el espacio como cercanos en su trabajo con la memoria: la astronomía y la búsqueda de los cadáveres de los represaliados por la dictadura de Pinochet. Con sus telescopios gigantes, los astrónomos observan el pasado del cielo, la luz que emitieron unas estrellas que quizás ya ni existan, y a su lado, las madres y esposas de los desaparecidos rascan el suelo, miran lo más próximo, en busca también de la memoria del país y sus familias.
Coherente con unos temas que le son suyos, o más bien, con una historia de la que no logra desprenderse, Guzmán nos guía, de viva voz, por una memoria obstinada y nostálgica, en pos, no de una revancha, sino de una reconciliación, luminosa como el cielo del desierto de Atacama.