© Gunnie Moberg Archive at Orkney Library & Archive.
La frase que Margaret Tait repetía más veces a la hora de explicar su cine es aquella idea de Lorca que tanto le entusiasmaba y que afirmaba que el poeta tenía que estar siempre “al acecho de la imagen”. La cineasta escocesa practicó ese verso a la perfección, conocedora de que esa caza visual no se hacía con el ojo, sino desde un punto indefinible y más interno, cercano a los pulmones, el lugar donde se siente que se filma como se respira. 32 cortometrajes y un solo largo de ficción atestiguan ese aliento de largo recorrido que dejó tras de sí.
Algunos cortos tan cortos como 4 minutos para resumir el maravilloso retrato que hace de su madre en Portratit of Ga, donde la duración no importa tanto como el latido de la imagen. Un detalle importante, cómo firmaba Margaret Tait, con un símbolo que le vino de su pasado en la medicina: el gráfico clínico de un corazón sano y en marcha.
Estudiante de cine en Roma en el Centro de Sperimentale di Cinematografía, en los años del neorrealismo, a su regreso a Escocia estableció las bases de su cine y su propia productora Ancona Films, donde la Paillar-Bolex con la que rodaba y respiraba fue tan importante como la furgoneta que le permitía dormir en ella. Hablamos de un cine totalmente autofinanciado, completamente libre y alejado de toda oficialidad, el cine que Punto de Vista trata de acoger edición tras edición. Sus películas abstractas de animación, algunas pintadas a mano, sus excelentes retratos breves pero concisos de poetas y compañeros de viaje, y sobre todo la mayoría de sus películas en las que trata de atrapar el latido de un paisaje y la respiración de un espacio vital estarán presentes en la retrospectiva que Punto de Vista le dedica en su edición de 2015.
Poeta y cineasta, sin que estas dos condiciones le parecieran diferentes, decía que sus montajes seguían la misma gramática libre del verso. Nacida en una pequeña isla de las Orcadas, al norte de Escocia, es curioso cómo su trayectoria cinematográfica sigue en paralelo el paisaje de su vida. Sus obras son películas que defienden más la forma del boceto que la del filme acabado y que comienzan por ejemplo cantando una infancia feliz como en Happy bees, o el transcurrir estacional de una granja en las islas en Land Makar. A esa etapa le siguen los retratos urbanos de un cine más cabizbajo, un montaje que enseña más suelos que cielos, en los años que pasó en Edimburgo donde filmó películas como Rose Street o Where I am is here. Y una tercera etapa final, cuando decide volver de nuevo a las islas en los años 60, para sentir y filmar de nuevo aquella geografía extrañada y los saltos de ciudad a campo que tanto le interesaban en obras como The drift back o la serie Aspects Of Kirkwall.
Sería interesante estudiar en qué momento del cine se instauró el verbo presentar para anunciar en los créditos de inicio que esa es la acción que se desarrolla al comenzar una película. Margaret Tait desde su productora Ancona films, certera como siempre con las palabras, elige en algunas de sus obras un verbo más apropiado para su labor: ofrecer. Y así es. Sus películas, pequeñas pero profundas, constituyen todas ellas una ofrenda. No parece casual otro detalle, que su pequeño estudio improvisado en las islas estuviera en una antigua capilla. En cada una de sus obras se adivinan las manos de la autora brindándonos la oportunidad de quedarnos perplejos ante el viento que mece la hierba o el de hacernos sentir una punzada ante dos viejas botas abandonadas que ya no se mueven. Si cada escena en Tait encierra el sprint del haiku y cada plano tiene la forma de un cáliz, lo que sus películas nos ofrecen es eso, la respiración de una persona satisfecha y sabia.