ANTONIO MAENZA. La violencia retórica de sus ideas hasta el grito airado del activista-militante

Lois PatiñoEn aquellos años sesenta yo vivía en un pequeño apartamento con apenas espacio para un lavabo-ducha, un sofá cama y una mesa de trabajo, situado en la primera planta justo encima del local de Bocaccio, lugar de cita obligada de la gauche divine, de la que, por cierto,  Maenza no tardaría en confesarle a Alejo Lorén su decepción: “Barcelona todo es bluf y comadreo de pub”.

Por Pere Portabella

Local al que acudía a menudo al volver de alguna reunión clandestina o bien de un rodaje para cerrar la noche con mis amigos hasta que el disc jockey se hartaba de pinchar LP’s. En mi caso, irse antes era arriesgado. Desde mi almohada oía la música mucho mejor, sin voces ni ruidos, mientras las melodías y las canciones se sucedían aferradas las unas a las otras como un todo continuo inalterable, a las que me había habituado lo suficiente hasta el punto que cualquier cambio en el orden o sustitución de los temas me producía un sobresalto y volver a conciliar el sueño no era tan fácil.

Una mañana cualquiera de aquella primavera de 1969 se presentó Antonio Maenza ante mí, con americana, corbata, gafas de pasta y bien peinado, para comunicarme que el motivo de su presencia era porque creía que yo era el único productor capaz de producir un film que era imprescindible rodar. Para abreviar, resultó ser una mezcla de lo que ayer y hoy llamaríamos un extrañamiento brechtiano o un artefacto dadaísta. De entrada le contesté que yo tampoco había encontrado un productor para ninguna de mis películas así que entendía muy bien su problema. Y empezó a hablar rápido y fluido.

Se identificó como un cineasta de Teruel pero con un perfil de lo más llamativo y atractivo para mí: fiel exponente del mayo del 68 francés (Nantes/París), ilustrado, con un vehemente ataque a las formas y a la moral y códigos de conducta de representación,  derivados de una práctica hegemónica del poder, frente a la cual no cabía otra actitud que la de la radicalidad innegociable. Así que, en mi opinión, lo que me proponía era un film que no tenía importancia como producto cultural acabado; lo que importaba era el rodaje como lugar para la subversión, y la ruptura para promover la ejecución de contra-conductas de los comportamientos sociales, sexuales, etc., alimentados por la espectacular fuerza y magnitud de la revuelta estudiantil de los hechos de mayo del 68 en París, que provocaron la irrupción de los obreros de la Renault y los sindicatos a ocupar las plazas y calles de Francia, compitiendo con los estudiantes, lo  que hizo saltar todas las alarmas, a las que el general De Gaulle, tras un viaje relámpago a Argelia para asegurarse el control del ejército, respondió con el “toque de queda” en todo el país.

No exagero cuando digo que Antonio Maenza se dejó la vida al vivirla al límite como hicieron multitud de mujeres y hombres, ya entonces, de radicalidad global premonitoria de lo que ocurre hoy, afortunadamente con una mayor contundencia del protagonismo de la ciudadanía como sujeto político determinante durante el período que va del 11 de setiembre de 2010 al 20 de diciembre de 2015.

Ya en este primer encuentro tuve claro que Maenza no pretendía hacer una “película”, eso le llevaría a un callejón sin salida o en la dirección equivocada. Acordamos empezar inmediatamente disponiendo del equipo con el que había rodado Vampir, y nos lanzamos, hasta las últimas consecuencias asumiendo los riesgos: de ahí surgió Hortensia.

Maenza vivía en un estado de precariedad al límite y al mismo tiempo con un ansia desbordada de liderar propuestas y proyectos hasta lo insostenible que en múltiples ocasiones generaron un fuerte rechazo e incomprensión incluso entre su círculo más cercano. La potencia de  sus imágenes tan inapelables y a contra-corriente, provocan, aun hoy, incomodidad. Nos hablan de una época en la que la revolución debía pasar, inevitablemente,  por los cuerpos y por los cambios en los comportamientos en los que de la utopía del “paraíso ahora” se intentó hacer realidad por todos los medios. Y seguimos en ello.

Mi texto de introducción a la proyección de Vampir en el MoMA de Nueva York en 1972, a la que no pude acudir por carecer de pasaporte por orden gubernativa, decía: “He aquí un film realizado no a pesar de, sino como resultado de las tensiones históricas del contexto en las que ha sido realizado, es decir, bajo la dictadura”. Matiz que se puede aplicar también a Hortensia.

Marcelo Expósito advierte que: “Haríamos mal en entender sus películas como un corpus irregular producido, a pesar de la precariedad de sus condiciones de producción y de las miserias y tensiones de la vida cotidiana y cultural durante el franquismo. Antes bien, se trata de una práctica efectuada como resultado de dichas condiciones. Y añade “a Maenza y Portabella les separan muchas cosas pero comparten una comprensión de la relación política y poética cinematográfica. Ambos operan desde la especificidad  del lenguaje cinematográfico pero con el propósito de producir artefactos fílmicos que de ninguna manera puedan ser comprendidos si uno los observa exclusivamente desde el interior del campo cinematográfico”.

Maenza fue un cineasta singular pero al mismo tiempo también fue alguien profundamente enraizado a la época que le tocó vivir. Vivía apasionadamente y sin tregua, desde la violencia retórica de sus ideas hasta el grito airado del activista-militante.

La última vez que le vi fue a la vuelta de su paso por la mili y el reencuentro con su familia. Como la primera vez, en mi apartamento. Un período que dejó huellas en su rostro, aun sin perder en ningún momento su actitud altiva y desafiante. 

Fue un encuentro distinto, cálido. No era el mismo Maenza. La reacción del entorno militar y familiar a sus descaros y atrevimientos que a mi tanto me atraían de la personalidad de Antonio, fue despiadada. Nos reímos a costa de los dos y nos despedimos con un abrazo lento y reposado, parecido a estos encadenados cinematográficos que te permiten deslizarte con el tiempo suficiente para simplemente “estar” y tomar distancia de los acontecimientos sin alejarte demasiado de ella para ver y mirar más allá de lo explícito y más cerca de lo pensado y no dicho.

Cuando Antonio decidió caerse o tirarse desde una ventana de un tercer piso a la calle, no me sorprendió. Me produjo una profunda tristeza  a la vez que un impulso incontenible para seguir no a pesar de, sino como respuesta vital.

Guardo afecto, estima y respeto por Antonio y por tantos Maenzas que se dejaron la piel en aquellos años en los que vivíamos “tal como éramos”.

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