Spiegel van Holland
Bert Haanstra
Países Bajos, 1950, 9 min, DCP, ByN, sin diálogos
Fischfang in der Rhön (an der Sinn)
Ella Bergman-Michel
Alemania, 1932, 11 min, DCP, ByN, silente
Douro, faina fluvial
Manoel de Oliveira
Portugal, 1931, 18 min, 35 mm, ByN, silente
Die Donau Rauf
Peter y Zsóka Nestler
Alemania, 1969, 28 min, DCP, color, alemán
L’Eau de la Seine
Teo Hernández
Francia, 1983, 11 min, DCP, color, silente
Vaya suerte para los cineastas, los amigos de la luz, que en los ríos haya, además, agua. El juego se intensifica y se puede dar la vuelta al paisaje, como hace Bert Haanstra en los canales de Holanda, y transfigurar un velero en vela que se apaga y gozar de la síntesis entre lo que el agua contiene y lo que el agua refleja, nenúfares y nubes juntos en la misma lámina.
Y cabe también, como hace Ella Bergman-Michel —una artista posible en Alemania hasta 1933 e imposible después—, jugar con la profundidad y no con la superficie para que aparezcan los cantos rodados y los renacuajos y las truchas, que saltan al atardecer y agonizan bellamente cuando han picado el anzuelo y que fueron durante siglos el pescado de quienes vivían lejos del mar. El río, uno de los más caudalosos de Europa, en la película se ve delgado, recién nacido; sólo los ríos consiguen estar naciendo y muriendo al mismo tiempo.
Del pescador dominguero con caña y chaleco multibolsillos pasamos a la pesca que empieza en los barcos y termina en las lonjas, del ocio al trabajo, con media ciudad involucrada. De Oporto se trata y en ella se cruzaban entonces, enfáticamente, lo viejo y lo nuevo, es decir, lo lento y lo rápido, el automovilista que choca contra el carro de bueyes porque se queda embobado mirando un avión. La película es parte de lo nuevo y va a toda velocidad. Manoel de Oliveira, sovietizado y siempre de buen humor, se la juega en el montaje, tras buscarle al Duero las líneas rectas, curvas, diagonales, paralelas.
Y más trabajo y, por si fuera poco, la historia, con mayúscula y con minúscula, la que se estudia en el cole y la secreta, la nuestra, la que importa a Peter y Zsóka Nestler. Da la sensación de que esta remontada del Danubio ocurre, sobre todo, para contar las revueltas campesinas del siglo XVII. Se repiten algunos motivos de L’Hirondelle et la Mésange, pero sin el arrobo de la ficción y después de Mauthausen. Y se inauguran motivos irrepetibles, como el encuentro en Budapest con un migrante de Biafra, país que perdería su independencia al año siguiente.
Y por último, a Mexican in Paris, Teo Hernández. Bajo sus famosos puentes, el Sena está quieto. Es Teo quien crea el movimiento, con la cámara super-8 en plan gachetobrazo, y la cabeza se llena de metáforas: gracias al zoom el sol reflejado en el agua parece una tormenta eléctrica, fuegos artificiales o incluso las chispas que saltan al chocar dos espadas, si vienes de ver la película anterior.