«Bajo ciertas circunstancias, hay pocas horas en la vida más agradables que la hora dedicada a la ceremonia conocida como té de la tarde». Así comienza Henry James El retrato de una dama. Las circunstancias son varias: el tiempo libre abundante (dinero), un verano lo suficientemente fresco, con su luz suave, la noche que tardará horas en caer, la paz de un jardín y la buena compañía. Las circunstancias son el marco de la experiencia, un encuadre que contiene lo que antes existía de manera despegada de todo fondo. ¿Depende de ellas lo agradable, lo bello, lo libre? Y si no fuera verano, si la noche tardara nada en llegar, si el tiempo no abundara, ni el calor, si hiciera mucho frío, no hubiera una casa ni un jardín, si se estuviera sin compañía, sin té, sin un centavo, ¿tendría derecho a ser agradable esta hora de esta tarde?
Ana Poliak (Buenos Aires, 1962) hizo tres grandes largometrajes en contra de las circunstancias. Perteneciente a una generación que cumplió la mayoría de edad en plena dictadura, su primera adultez transcurrió entre crisis económicas y políticas, un sinfín de inestabilidades, en un tiempo donde la memoria histórica no era la garantía institucional que es ahora en Argentina. Las décadas en las que Poliak hizo sus primeros tres largometrajes —y digo primeros porque todavía le quedan horas a la tarde— fueron años de debacle económica absoluta, directamente heredada de la política económica de la dictadura, que desmanteló todo lo que era público. Las directoras mujeres se contaban con los dedos de una mano corta: Vlastah Lah había hecho algunas películas en los sesenta, Eva Landeck en los setenta, María Luisa Bemberg en los ochenta, Lita Stantic oscilaba entre la producción y la dirección en todas estas décadas. En los países vecinos la cosa no iba mucho mejor: Marilú Mallet, Carmen Castillo y otras llevaban tiempo exiliadas.
Poliak estudió en el CERC (la actual ENERC, Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica) y su primer oficio fue el de ayudante de dirección. Trabajó con Jeanine Meerapfel, Alberto Fischerman, Fernando Solanas, y con Eduardo de Gregorio en Cuerpos perdidos, de todos estos, quizás el más parecido a Poliak en esa capacidad de hacer magia (ilusiones) con un espacio sencillo y algunos personajes, seres con los cuales las películas no hacen retratos sino que colaboran. Aunque comenzó a hacer películas después de la generación de los ochenta, Poliak no perteneció oficialmente al Nuevo Cine Argentino, ni se benefició demasiado del gran cambio que produjo en la producción la nueva ley de cine de 1994. Quizás solo podría emparentarse con algún gesto de acercamiento a la calle de Labios de churrasco, de Raúl Perrone, o a Rapado, de Martín Rejtman, cuyo protagonista podría ser una especie de primo porteño del chico de Parapalos.
Poliak no perteneció ni siquiera a su propio estilo: sus películas son muy diferentes entre sí. Sobre todo en su forma, algo que depende mucho de las circunstancias y que, a la vez, crea las suyas propias para el futuro de las cineastas. ¡Qué vivan los crotos! (1995) es una película que existe en el lugar en el que se cruzan la ficción y el documental: los cuerpos y los espacios. La segunda, La fe del volcán, busca en la calle, con sus ritmos y sus estridencias, los hilos que hacen que la angustia esté directamente atada a la historia. Su último largometraje hasta ahora, Parapalos, teje algo entre las dos, construyendo historias nuevas, inventadas, actuadas, con relatos de vidas reales y unas condiciones de trabajo también reales, malas e inusuales.
Sin embargo, hay algunas sensaciones compartidas. La primera es que el sentimiento no está lejos de las ideas. Las conversaciones sobre las vidas, sobre la experiencia sensible de recorrer el mundo, no están separadas de la relación consciente con el tiempo en el que toca vivir. La segunda es que estas conversaciones son centrales para la historia, que está hecha primero de memoria oral y luego de otras cosas. La tercera es que la libertad es un estado de gracia, que es colectiva y que hay que alzarse hacia ella. Más allá del control o no sobre las circunstancias, la vida es más que eso: son todas las cosas, todos los días. Sus películas logran, contra toda circunstancia, encontrar una forma de sentir la dicha de vivir conscientemente entre las cosas.
Mientras vamos marchando, marchando, a través del hermoso día
un millón de cocinas oscuras y miles de grises hilanderías
son tocados por un radiante sol que asoma repentinamente
ya que el pueblo nos oye cantar: ¡Pan y rosas! ¡Pan y rosas!
James Oppenheimer, 1911
Programación y textos de Lucía Salas
Suco de sábado
Ana Poliak
Argentina, 1987, 8,12 min, color, castellano
¡Que vivan los crotos!
Ana Poliak
Argentina, 1990, 75 min, color, castellano
El eco
Ana Poliak
Argentina, 1984, 3,33 min, color, castellano
La fe del volcán
Ana Poliak
Argentina, 2000, 85,26 min, color, castellano
Caracol
Ana Poliak
Argentina, 1982, 1,30 min, blanco y negro, silente
Parapalos
Ana Poliak
Argentina, 2004, 90 min, color, castellano