El eco
Ana Poliak
Argentina, 1984, 3,33 min, color, castellano
La fe del volcán
Ana Poliak
Argentina, 2000, 85,26 min, color, castellano
«Esta puerta se abrió para tu paso, este piano tembló con tu canción. Esta mesa, este espejo y estos cuadros guardan ecos del eco de tu voz», escribió nuestro Homero, Homero Manzi. El eco estiliza algo que jamás podría pensarse bello: el espacio debajo de una autopista nueva, un lugar en sombra que antes no estaba, un lugar donde probablemente antes había casas y un camino. La fe del volcán hace dos amigos donde tampoco los suele haber, y les da las calles para algo más que pasar hambre, frío, buscar dinero, algo, lo que sea. Cada película tiene de protagonista a una niña. La primera es chiquita y vive en un mundo como de ensueño, pero más cercano a la pesadilla. Vive con una señora debajo de un puente, rodeada de hambre y peligros. La segunda ya es mayor, adolescente, y es un poco el fantasma de la primera: no sabemos dónde vive, ni con quién, simplemente aparece. Trabaja en una peluquería de aprendiz y pasa el tiempo por el centro de la ciudad, un centro ampliado que incluye esas plazas fuera de las grandes estaciones de trenes que por esos años, los de la crisis del 2001, se transformaron en un purgatorio a punto de caer en el infierno. Ella se hace amiga de un afilador de cuchillos bastante mayor que ella, y de él tampoco se sabe mucho, pero de a poco, en los tiempos de la amistad en los que pasean por ahí con la bicicleta afiladora, se sabe un poco más. Estuvo vivo más tiempo, y vio más, de hecho vio uno de los orígenes del estado general de las cosas. Vivió la dictadura, su política, su economía, y todo regresa todo el tiempo a él como un eco. Sabe, fehacientemente, que no solo caminan entre cadáveres, sino que el suelo está lleno de ellos. Ambos viven una angustia que parece no tener fin, y esa es la angustia que viene de la historia, porque esa crisis, esa calle totalmente tumultuosa, viene de antes, del mismo lugar de donde vienen los cadáveres.