Ceramiqueros de Traslasierra
Raymundo Gleyzer
Argentina, 1965, 19 min, español
L’industria dell’argilla in Sicilia
Pietro Marelli
Italia, 1910, 5 min, silente
Zum Vergleich
Harun Farocki
Austria y Alemania, 2009, 61 min, sin diálogos
El barro se tiene bien ganado el adjetivo «creador». Nuestra especie, por ejemplo, lo hizo subir y convertirse en casa y en objetos preciosos para la casa. Alcira López, alfarera, empezó en el oficio por ser pobre y faltarle hasta las superficies donde cocinar. Nadie le enseñó, ella ha enseñado a quince hijos. Amasa el barro panaderamente y trabaja a urdido, sin torno, sin molde, añadiendo churros; la vemos pensar con las manos, que es «la verdadera condición del hombre», dijo un hombre. Moldea tortugas y nunca ha visto una, vende su arte de demiurgos a los turistas. Los ríos del valle de Traslasierra le brindan el barro (para urdir) y las piedras (para bruñir), las boñigas de vaca y caballo el calor y el color, el cineasta le brinda una posteridad que ella no ha pedido y que nosotras agradecemos. En el valle ya hay quien trabaja con moldes.
Puestas a reivindicar un «avance tecnológico», que sea el torno. Permite pensar con las manos y también con los pies, y se adivina algún placer en el contacto deslizante con el barro. En Cefalú, en 1910, el torno queda a mitad de una cadena de producción que plano a plano se apacigua: de la rudeza de la extracción (parece que estén en una mina) a la finura de la decoración (al sol, frente al mar y fumando en pipa; parece que estén de vacaciones, que el día les pertenezca). Marelli, por su parte, encuadra con asombro y audacia pionera.
Y después de los objetos preciosos, la casa misma con En comparación, fuerza centrífuga, invitación a practicar la dialéctica maravillándose. Farocki recorre el camino del ladrillo en pueblos y ciudades de Burkina Faso, India, Francia, Alemania, Austria, Suiza. Fuera de Europa el camino es largo, se sabe de dónde viene el barro (del suelo que se pisa) y a dónde va. En Europa se reduce a la fabricación de los ladrillos, siempre bajo techo. De nuevo un mingaco, minka, andecha o facendera, manos en vez de electricidad, la alegría comunitaria, el muy discreto encanto de las máquinas, ruido en vez de canciones, camiones, camiones y el territorio devorado, las mujeres enfoscadoras, las mujeres transportadoras, las que llevan los críos a cuestas, un domo de ladrillos en cuyo interior se cuecen más ladrillos, sacos de plástico y paredes prefabricadas, un Homer Simpson frente al cuadro de mandos, mundos sin dividir, mundos divididos: que todo esto coexista, que modos de producción tan distintos, opuestos incluso, sean contemporáneos, deshace el hechizo del progreso y muestra que no hay nada inexorable, que se puede parar a sabiendas, querer cierta vida y no otra.
L’industria dell’argilla in Sicilia: Copia provista por el Museo Nazionale del Cinema di Torino