La primera vez que se acabó el mundo, Noé no metió en su arca una sola planta. Sorprendente decisión. La vida terrestre no es posible sin plantas; ellas hacen el mundo. Son responsables del clima, del aire que respiramos y de que nos corran por las venas rayos de sol sintetizados. Los humanos no somos los seres más poderosos de la creación. No sabemos producir aire ni comernos el sol, y nuestra civilización depende de versiones posteriores, fosilizadas, de las plantas. Noé, que al fin y al cabo cumplía órdenes del Creador, soltó una paloma tras el diluvio y la paloma volvió con una ramita de olivo en el pico. Signo de que el mundo podía, entonces sí, empezar de nuevo.
El hacha y el arado cambiaron la faz de la tierra. Destruyeron, destruimos, los bosques. Este programa de cine está dedicado a sus miembros más conocidos y cada día más solos. A los árboles, que son también seres sociales, les hemos quitado —como nos hemos quitado— la comunidad. Ellos recuerdan, se comunican y se cuidan unos a otros, aúpan a los jóvenes, atienden a los enfermos, ponen sus recursos en común, permanecen enlazados bajo tierra a través de las raíces y del micelio de los hongos... No sobrevivirían si sólo les interesara competir.
Estamos ciegos para los árboles, para su inteligencia y hasta para su belleza. Vemos, si acaso, madera, fruta o sombra. Vemos servidumbre. Relacionándonos con ellos nunca nos aburriríamos, pero renunciamos a una compañía que aligera, al juego infinito de la semejanza —copas como arañas, como relámpagos, como fuegos artificiales, semillas como helicópteros, hojas serradas, agujas de pino— y al placer de la admiración. A esa cortedad de miras vamos a responder con catorce películas, ramitas de olivo en mitad del diluvio.
En un bosque, cualquier cosa que haya vivido puede volver a vivir. De los troncos caídos brotan nuevas ramas, musgo, setas. Anidan los pájaros y campan los insectos. Lo nuestro, sin embargo, es muerte sobre muerte. Los árboles no nos necesitan para nada y tienen todo el tiempo del mundo. Somos nosotros quienes ya no tenemos tiempo.
Programación y textos de Miriam Martín