Kummatty
Govindan Aravindan
India, malabar, 1979, 90 min
El país de la infancia mítica es una aldea de Kerala después del monzón, sin coches, donde los adultos proveen, se celebran fiestas, se leen cuentos a la luz de las velas, hay árboles a los que subirse y praos por los que correr, los niños y los perros están sueltos. Los niños dicen sin parar la palabra «Kummatty», la cantan, se asustan con ella y acaban por invocar lo que nombra, algo que desean y temen, y aún no conocen. Kummatty, que atrae como el flautista de Hamelín e intimida como el hombre del saco, llega a la aldea y se instala bajo un árbol pipal. Los niños lo espían, Kummatty los posee a distancia con sus canciones, se mezclan los datos de la intemperie con los del hogar y la escuela, el sistema electoral y los recados con los pájaros «que no sirven para nada». Pasan los días, mago y aprendices se encuentran, por fin, y triunfa el antinaturalismo naturalizado propio de la infancia y de esta película. Demos gracias otra vez al montaje, porque una experiencia literalmente mágica y literalmente transformadora va a convertir a Chindan, el niño protagonista, en un ser sensible a las circunstancias de lo no-humano. Saldrá al vasto mundo, se colará en la casa y en la vida (spoiler: ridículas) de unos ricos y, cuando sea de nuevo transformado, cuando se cambie el cambio, recordará su anterior y más débil condición y actuará en consecuencia. Nosotras, espectadoras, ganaremos un horizonte ampliado y el mismísimo cielo.