Recordemos que el cine, en sus inicios, era altamente inflamable. Ya en 1897, a los dos años de la primera proyección Lumière, quedó marcado por una catástrofe: el incendio del Bazar de la Caridad. El cine tenía, por lo tanto, que alejarse del fuego. Pero el fuego atrae, no es tan fácil mantenerse alejado de él. Flogisto es, en un sentido próximo a los antiguos químicos que su título evoca —en particular Georg Stahl— una película experimental, un experimento. Ver qué pasa si se hace algo. ¿Qué pasa si se quema la película? ¿Qué pasa si, una vez quemada, se traslada lo que ha quedado de vuelta al celuloide, por contacto? La película es el resultado de ese experimento. Un pacto con lo incontrolable. Así, el fuego queda fijado de nuevo y nosotros podemos verlo desfilar y perdernos sin temor en el sonido casi callado de lo que ardió. 1.500 kilos nos acerca a otro fuego. No sabemos bien si el fuego viene de aquello que nos muestra o si es la mirada misma del cineasta la que, en contacto con esa materia que nos muestra, arde, quema lo mostrado. A partir de materiales en su mayor parte encontrados en redes y en televisión, tirando de hilos diversos, la película le sigue la pista a la corriente ultraderechista contemporánea, sin olvidar su pasado. Toros, cortejos, fútbol, a por ellos, banderas… La vida empieza en lágrimas y caca, se titula el primer capítulo. Por momentos parece que estamos ante una auténtica tormenta de mierda. Pero esa mierda, pronto nos damos cuenta, está montada con inteligencia. Basta ver cómo entrelaza, entre otros elementos, la llegada en metro a la Estación del Arte, la noticia televisiva de un toreo de salón ante el Gernika y un diálogo entre Picasso y el embajador alemán Abetz en 1937. Manipulando materiales muy diversos, el cineasta se aproxima al caos pero no se deja dominar por él. Por momentos, parece que su manipulación tiende a quemar aquello que toca, a destruirlo desde dentro. Pero no es sólo rabia lo que hay. Es necesario hacer algo más. El cineasta esculpe la mierda. Todo aquello dicho y hecho para confundir y arrasar la inteligencia, él nos lo devuelve de tal manera que nos haga pensar, que de aquello que nos abruma empecemos a sacar algo en claro. Poco a poco, además, otras figuras emergen: un comentarista de pintadas, un hombre que regala pancartas, un poema que acompaña una acción por el clima… La convicción de, a pesar de todo, no rendirse. Pablo García Canga |