La primera vez que fue a Hawaii, Joni Mitchell escribió Big Yellow Taxi: «se llevaron todos los árboles, los pusieron en un museo de árboles, y le cobran a la gente un dólar y medio por verlos». La fosilización conceptual y la museificación de las cosas de la vida diaria como forma de alejarlas, justamente, de la vida diaria es lo que combate ¿Dónde está mi acequia?. Rastrea los orígenes de una ciudad, Murcia, comenzando por sus acequias más antiguas, de origen al-andalusí. La ciudad parece tener una forma que ya no le sirve, y todo lo que ya no usa se transforma en una curiosidad arqueológica: acequias, canales de riego, formas de organizar el espacio alrededor de las cosechas. Vuelta la espalda a su pasado huertano, la relación de la ciudad con el agua se vuelve absurda. Junto con Conchi Meseguer, huertana con muchas generaciones encima, la película rastrea algunos restos de esta cultura en la memoria oral, fotográfica y en la tierra misma, donde se encuentran restos humanos de todo tipo de pasados. Se estudian las formas de los huesos de quienes labraron la tierra, las tonadas que los acompañaron, las fiestas que tuvieron como formas de hacer que esos muertos sobrevivan con la supervivencia de sus formas de vida. La película recorre la ciudad y la rodea haciendo preguntas: ¿por qué, cuándo y cómo dejó Murcia de ser huertana?, ¿cuándo se perdió el idioma y la vida alrededor de las acequias?, ¿cuándo se volvieron, lengua y riego, objetos del pasado? Todas estas preguntas e ideas aparecen en escenas de conversación, reunión, asamblea y consulta, pero también aparecen en las secuencias de montaje furiosas que la película transforma en musicales, de la mano de la banda Crudo Pimento, que le da a la ciudad y al tiempo otra velocidad para pensar esa catástrofe de un futuro planificado en contra de la ciudad y sus habitantes. Las letras de Crudo Pimento —tomorrow is a monster / tomorrow is a vampire—, son tan benjaminianas como la película toda. Lucía Salas |