En un siglo de existencia, el cambio más impactante de la historia del cine ha sido el paso de la película muda a la película de sonido; luego vino el paso del fílmico al digital, donde el soporte ya no era algo analógico y táctil, sino algo inmaterial. Ahora el cine está pasando por otro momento de transición: la rápida evolución de las inteligencias artificiales pone en cuestión muchas estructuras hasta ahora consideradas necesarias y establecidas. En varios eventos cinematográficos ya se presentan películas realizadas sin ni siquiera el soporte físico de una cámara de cine. Sin embargo, en este momento de cambio, aparece una película como Knit’s Island, que no deja claro en qué parte de la historia del cine quiere situarse, pero que sí reflexiona sobre su identidad y sobre la humanidad que la habita a través del documental.
Knit’s Island pertenece al género conocido como Machinima, esas películas creadas dentro o con el soporte de videojuegos. Los directores Ekiem Barbier, Guilhem Causse y Quentin L'helgoualc'h realizaron una investigación exhaustiva dentro de un servidor de un videojuego en línea, dedicando miles de horas a conocer a sus jugadores, las personas que habitan ese espacio y su mapa de maneras radicalmente distintas al objetivo original del juego. A nivel visual, la película propone una estética que juega con las limitaciones del medio. Los gráficos del videojuego, con texturas que a menudo parecen inacabadas, contrastan con la riqueza de las historias humanas que los directores logran captar. Este contraste resalta la tensión inherente entre lo que se ve y lo que se siente, llevando al espectador a cuestionar la autenticidad de las experiencias mediadas por una pantalla.
Knit’s Island es, en esencia, un experimento que desafía las categorías tradicionales del cine. ¿Es un documental, un ensayo visual o una performance digital? La respuesta quizá sea todas y ninguna de las anteriores. La película se posiciona en un espacio intermedio, en un terreno híbrido donde las reglas del cine tradicional se mezclan con las del videojuego, y donde la narración se descompone para dar lugar a una experiencia sensorial única.
En un momento en que el cine se encuentra en constante transformación, Knit’s Island no ofrece respuestas definitivas, pero sí plantea preguntas urgentes sobre el futuro del medio. Es una obra que nos recuerda que, aunque cambien las herramientas y los soportes, el cine sigue siendo un arte profundamente humano, dedicado a explorar las infinitas formas de contar y entender historias.
Nicholás N. Turchi