Recién restaurada digitalmente por Filmoteca de Catalunya, Tent City (1980) es una de las películas documentales esenciales del exilio cubano. El programador de la sesión, José Luis Aparicio Ferrera —que también conducirá el coloquio tras la proyección con Miñuca y Fernando Villaverde—, nos descubre la película y la figura de su directora: una figura legendaria para las generaciones más jóvenes de cineastas y espectadores cubanos.
La I-95 es la vía transitada más larga en la costa este de los Estados Unidos de América. No existe una autopista entre Cuba y Estados Unidos, solo el Estrecho de la Florida: una angosta carretera de mar en ocasiones tan recorrida como aquella. De sur a norte, en su corriente incierta, se inscribió la ruta de los «Marielitos», la heterogénea comunidad de más de 120.000 cubanos que abandonaron la isla entre abril y octubre de 1980. El vértice improbable para el cruce de ambas sendas fue «La ciudad de las carpas», un campamento de migrantes improvisado bajo los pilares de la I-95, en Miami, donde termina la Pequeña Habana.
Tent City se aventura en ese microcosmos y registra el día a día de varios refugiados. Su directora, Miñuca Villaverde —responsable también de la fotografía y el montaje— se reencontraba con el país del que se había exiliado quince años atrás junto a su esposo, el también cineasta y escritor Fernando Villaverde, sonidista y co-autor del filme. Como ha dicho la autora, en las carpas «vivían hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, separados solo por telas que colgaban de cordeles entre las camas, como paredes flotantes».
Ante sus ojos se revelaba el «hombre nuevo» revolucionario, no ya los remanentes de la vieja sociedad. ¿De qué infierno se escapaban para estar tan a gusto en esas carpas militares? ¿Cómo podían, hacinados y entre cercas, sentirse en libertad? La mirada de Miñuca individualiza, disuelve la masa —aquella que el gobierno cubano definió como «escoria» y afirmó no querer, no necesitar—. Filma a cada persona de frente, mirando a cámara, sin otro instrumental que sus manías de curiosa, su deseo de entender y su voluntad de hacer amigos. Ante la ausencia de sonido sincrónico, propone la voz en off. La foto fija. Los límites se transforman en estilo.
La Miñuca que narra en inglés con acento es precisa, incluso distanciada. La que filma roza a los sujetos, genera una intimidad en el interior de las carpas. Hay empatía sin victimismo, etnografía con sentimiento. Su cámara gravita especialmente hacia los cuerpos queer. «Quizás ellos, por ser los más discriminados dentro de los desamparados, tocaron más que otros mi sensibilidad, y a ellos dediqué gran parte del film. ¿O habrán sido ellos los que se apoderaron de la película?», relata. Junto a sus personajes, la película espera; esculpe el tiempo de esta suerte de purgatorio entre un pasado del que no se quiere hablar y un futuro atravesado, a partes iguales, por la esperanza y la incertidumbre.
Conmovedora y reflexiva al mismo tiempo, Tent City, uno de los filmes esenciales de la diáspora cubana —o del cine de la «Gran Cuba», para usar el término de la académica Ana López—, salva para nuestros tiempos un paisaje humano fugaz y precario que estaba condenado a desaparecer o, como se ve en Scarface (Brian de Palma, 1983), a ser vampirizado por Hollywood. Las imágenes inquietas y sensibles de Miñuca, filmadas a quemarropa con su Bolex de 16 mm, nos devuelven a estos seres humanos descartados por la Historia en su búsqueda incesante de agencia y libertad.
José Luis Aparicio Ferrera