¡MAENZA EXISTE!

Isidoro Valcárcel MedinaComo el grito de guerra de la provincia olvidada, este año la sección Heterodocsias viene también entre signos de exclamación. Se trata de gritar el nombre de alguien para reclamarlo y sacarlo a la luz. No se ha organizado hasta la fecha una retrospectiva de José Antonio Maenza dentro de un Festival Internacional de cine, para la ocasión estrenamos el documental de Carles Candela, organizamos una ilustre mesa redonda y recuperamos su obra con lecturas dramatizadas en directo, tal y como las planteaba él en vida.

Poniéndonos brevemente biográficos diríamos que Maenza nació en Teruel en el año 48 y  murió en Zaragoza en el 79 a la corta edad de 31 años, probablemente suicidado (apareció muerto en plena calle tras haber saltado-caído del primer piso de una vivienda). [José] Antonio Maenza, como firmaba él mismo con el José entre corchetes, se adelantó en edad a la muerte temprana de otros artistas malditos de malogrado final como (por orden decreciente): Anibal Nuñez (43 años), Aliocha Coll (42 años), Eduardo Haro Ibars (40 años), Pedro Casariego Córdoba (37 años)… pero no al insuperable Francisco Casanova, muerto a los 18. Como la vida de todos ellos, la suya también fue míticamente precoz, convulsamente acelerada, como cuentan los que le trataton y conocieron de cerca. Su padre regentaba una tienda de colchones y  se sabe que amó a su madre por encima de todas las cosas. Su servicio militar en Huesca fue más que infernal, muchos dicen que Maenza salió de ahí deshecho un hombre. En la novela fragmentaria y autobiográfica que dejó tras de sí, Séptimo medio indisponible, nos dejó dichas cosas del tipo: 

      Soy muy sensible a lo bueno y más a lo bello. Sensible a la sensibilidad.

Un insensato, a la voz de Luis Buñuel, es el adjetivo que más injustamente ha pasado a la fama sobre Maenza, por un episodio en el que se enfrentó a unos falangistas en Calanda. Una persona desmesurada, coinciden otros, con un desajuste con la realidad que iba en aumento, con muchas obsesiones y manías, hasta que terminó en una peregrinación por psiquiátricos. Vila-Matas recuerda su enfermiza cleptomanía, paralela a la bibliofilia, y cuenta cómo armó su biblioteca con los libros de los otros. Pere Portabella recuerda su incontinencia verbal, llena de citas y soflamas políticas. Siendo como era, lo que jamás ocurría con Maenza es que pasara inadvertido. Poeta-escritor de obra inacabada, algunos recuerdan con gran sorpresa el silencio en el que entró en sus últimos meses de vida cuando se acrecentó su afán por ordenarse sacerdote y ejercer un retiro que no cumplió. Leía a Martin Virgil, tan pronto como devoraba las obras completas de Primo de Rivera, y lo había hecho con fruición con los libros de Althusser, Lacan o Lautréamont. Maenza era inasumible, dicen muchos. Quizás el adjetivo que mejor le defina. Como muy bien explica Javier Hernández, autor junto a Pablo Pérez de la interesante biografía Maenza filmando en el campo de batalla, sobre él: 

      Era como ese ladrillo turolense que es deleznable, pero a su vez produce filigranas mudéjares irrepetibles.

Y su cine, de nuevo insensato, desmesurado, jamás podría pasar inadvertido precisamente por inasumible. Solo hizo tres filmes, que dejó abandonados, sin rematar y poquísimamente proyectados. Por trazar las pocas líneas posibles en su cine heterodocso, podríamos presentar una Geografía Maenza, ya que realizó cada película en una ciudad diferente. Si pusiéramos chinchetas en un mapa, como en una comisaría donde se trata de investigar los crímenes de un asesino tan repetitivo como escurridizo, veríamos que los lugares donde perpretó sus filmes (y sin duda ese es el mejor verbo para hablar de la acción de sus rodajes: perpretar un filme), responden al triángulo isósceles de su corta vida. 

Para empezar, Zaragoza en el 68, el escenario de su debut, la ciudad donde estudió filosofía y letras y que fue la facultad que produjo su primera obra El lobby contra el cordero. Después vino Valencia, que es la ciudad elegida para su segundo filme Orfeo filmando en el campo de batalla (1968-1969), y adonde llegó atraído para colaborar con otro poeta de muerte imbatiblemente temprana: Eduardo Hervás (21 años). Y por último, en la cúspide del triángulo, Barcelona, la tercera ciudad, la de Hortensia/Beancé (1969), con escenas en Cadaqués, presencia de la gauche divine de aquella época y la movida urbana como Azúa, Emma Cohen, Vila-Matas. En esta última, podríamos ampliar nuestro mapa Maenza y llevarlo hasta Japón ya que, influido por el teatro No, muchas de las escenas nos trasladan en atmósfera pictórica hasta aquel país. El cuarto crimen, ya se sabe, para mayor misterio, un crimen que lo trajo de vuelta a Zaragoza y del que fue, esta vez, su único protagonista.

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