Comienza como el resto con algo que parece una marca común a la hora de filmarse en el exilio: una ventana y la mirada que interroga a la noche. Desde allí, asomada a ese pequeño abismo, Rafif, de 16 años hace una profunda reflexión a través de una cámara inquieta que no deja de moverse: cuando llegue -si llega- el camino de vuelta a casa será un camino largo, un camino que ya empieza a imaginar y al que no le ve un plano final.