Ignacio Agüero es un arquitecto devenido cineasta que no puede impedir ser arquitecto a la vez que lucha por dejar de ser cineasta. Difícil pero productiva batalla. Como me da la gana es su declaración más honesta, una película que firma en el año 1985 y donde va preguntando director a director por qué y para qué hacen cine sin recibir respuesta clara ni saber responderse ni a sí mismo el propio Agüero por qué hace esa misma película-pregunta. Como arquitecto, el espacio se cuela en casi todos sus proyectos, a veces es un barrio de Santiago que desaparece y sepulta al último de sus náufragos en Aquí se construye, otras una aldea poblada por más recuerdos que habitantes como en La mamá de mi abuela le contó a mi abuela y otras esa tierra de nadie que constituye el propio umbral de la puerta de casa en El otro día. Como cineasta, Ignacio Agüero declara soñar con conseguir una película en la que el cineasta desaparezca y sea la propia película la que se construya a sí misma. Autoarquitectura, entonces. La solución le llega cuando pone a trabajar a ese guionista tan barato como eficaz llamado azar. En “una película hecha sobre la gente que toca el timbre de mi casa”, el cineasta chileno decide devolver la visita a toda persona que llama a la puerta de su casa y consigue mostrarnos dos mundos: el interno con sus luces caprichosas y sombras densas y el externo de un Santiago trazado de la mejor manera: involuntariamente.