A.

PaísEspaña Año2025 Duración10 min. Formato de proyeccciónDCP Idiomaespañol / catalán DirecciónRamón Balcells

Estreno mundial

 

Tras perder la memoria, A. apenas podía recordar destellos de su infancia en Argentina. Cuando muere, su hijo visita la casa vacía por última vez. Un paseo sensorial por la permanencia, el fallecimiento y las piezas dispersas que forman el yo.

 

Una película de abuela (casi) sin abuela: una película sobre la ausencia. Una ausencia muy presente. Hasta en su título, a la vez primera letra del nombre de la abuela fallecida, cuyo carácter incompleto dice de entrada algo de la pérdida —de un ser querido, de un lugar de vivencia, de la memoria—, primera letra del abecedario —A de Abuela, Amnesia, Ausencia, Apartamento, Adiós— y mera dedicatoria que quedaría abierta, que cada uno podría hacer suya. Una única letra como si faltaran las palabras. O como si no fuese necesario decir más. Que expone la precisión y la eficiencia de esta película, que consigue transcribir en apenas quince planos realizados con cámara doméstica, la pérdida y la despedida. Sin que se transforme del todo en película de duelo. De una manera sensible, sensitiva. Con un ritmo singular, parecido a un latido: la cadencia de los movimientos panorámicos, lentos, de un lado a otro; y la pulsación, seca, de los taconeos de una silueta-sombra de hombre que recorre los pasillos vacíos, de un lado a otro. Cuyos pasos hacen eco, mientras se escuchan a lo lejos los ecos de una conversación. Pero no se escucha bien. Y quizás por eso conmueve tanto: lo que se escucha son sobre todo los tonos de voz, el ambiente, algunas frases sueltas en torno a los pasteles, a la foto tomada, que podrían ser las de cualquier visita dominical a una abuela mayor. Una visita que parece tener lugar en la habitación de puerta medio cerrada al fondo del pasillo. Pero a medida que se entiende que no puede estar tan despojada una casa, se produce cierta inquietud, toma consistencia lo fantasmal. Los diálogos del pasado, que vuelven a empezar tras la salida del padre, le dan un aire de casa embrujada al apartamento. Un embrujo amnésico, enfermo, descarrilado. Los diálogos parecen estar imbuidos en las paredes. ¿Quedará también atrapado en el espejo el autorretrato del cineasta? Y de ahí el desplazamiento operado por Ramón Balcells: son las paredes las principales protagonistas. Aunque parezcan solo paredes blancas —como pantallas vacías— no lo son del todo. Incluso aunque la imagen no esté bien definida, se percibe en la última una mosca, una mancha negra recorriendo el espacio, como lo hizo previamente el padre. Aquí las paredes tienen vida, memoria, exudan voces, cantan la «mezcla de rabia, de dolor, de fe y de ausencia» y lloran la inocencia con el tango de Tita Merello, cortado como un portazo. Las paredes no solo tienen orejas.

Frédérique Monblanc    

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