Cuatro minutos suficientes para resumir en esencia a una madre, la Ga del título y madre de la propia cineasta. Margaret Tait nos habla de antílopes, búfalos y vikingos… mientras presenta a una anciana que corre tras el arcoiris, desenvuelve con mimo un caramelo, cuida de sus flores, baila y lee. Todo bajo el ritmo de la disociación de planos tan practicado por Tait, que hablaba de esta película como de un “ejercicio abstracto, fuera de la gramática del cine, con planos unidos a veces por tema, otras por color y en ocasiones por el movimiento”.