Estreno mundial
«Si alguno añade algo sobre esto, Dios echará sobre él las plagas que se describen en este libro aluzinante. Y si alguno quita algo a las palabras de este libro profético, Dios le quitará su parte en el árbol de la Vida y en la Ciudad Santa, que se describen en este". Apocalipsis 22 18,19 / "Somos ciegos ante el Apocalipsis." Günther Anders
Esta película es un año de vida y dura poco más de una hora. El cineasta, creando capas de imágenes y capas sonoras, condensa el tiempo y la experiencia. Hace una película que es como su propio cuerpo tatuado: superposición de textos y de imágenes, decisiones pasadas que se mantienen indelebles en el cuerpo presente y cambiante. Se podría decir que el cineasta, al filmar y montar, cristaliza un año. O, quizás, que con lo filmado crea un altar. En ese altar hay velas y hay mil fuegos más: el sol, la lava de un volcán, un crematorio, hogueras… Además, todo es visto como si, en cierto modo, fuese fuego: móvil, cambiante, hipnótico, naciendo de lo que consume. El cineasta crea un altar y en él hace una plegaria o un encantamiento por la familia, por los seres queridos. Sí, quizás sea eso, un encantamiento para salir de un año terrible, de un apocalipsis continuo. O quizás no. Es difícil, y probablemente innecesario, encasillar en un sentido o en una intención a una película que se escapa y se reinventa según avanza. Una película que, en realidad, está hecha para ser vista pero también para ser escuchada y, aún más, para ser vista como se escucha la música, para que la imagen sea sonido y el sonido sea imagen, y para que, al cabo, imagen y sonido sean tacto.
Pablo García Canga
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