La pasión por el vuelo se ve con creces en estos quijotes de la aviación que en cada salida se juegan la vida y para los que la estadística dice que el 90% un buen día no regresan con vida. Su objetivo es acarrear carne desde la selva perdida al otro lado de los Andes en Bolivia y en el viaje de vuelta pasan rozando las cumbres nevadas con 7.000 kilos sobercargados en aviones artesanales que ellos mismos reparan. El pamplonés Enrique Urdanoz, con su destreza a la cámara, captura a uno de estos últimos orfebres del viento: el capitán Walter Ballivián. Difícil no enamorarse de él sabiendo que ha sobrevido a ocho rayos y que ha sido capaz de aterrizar con los dos motores averiados. Curtis, B17, Comber 440… él prefiere hablar de un avión fiero, de otro fiel y de otro noble. Su testimonio es clave para cerrar el viaje de estos peatones del cielo como seres capaces de presentir la muerte bajo la figura de tres puntos suspensivos que quedarán en el aire.