Marah de 15 años nos presenta el único trabajo observacional de esta serie de cortos de refugiadas, sin diálogo. Su colección de postales de una infancia en un terreno que parece negarla es una nota de optimismo. La precariedad de la vida en el campo de refugiados se convierte en un espacio para el recreo y en esa aridez el juego infantil despliega todas sus armas de supervivencia. Los charcos son piscinas, las bolsas de plástico improvisadas cometas. Al fondo del drama, una gran verdad: un niño nunca está solo.