Bill Morrison se dedicó a recopilar material dañado de viejas películas en su peor estado y nos ofrece esos bellos zarpazos del tiempo sobre el negativo como un gran canto de ci(s)ne. La banda sonora sigue ese hilo con un impagable conjunto de pianos desafinados y una orquesta felizmente descoordinada. Hay un plano de un boxeador que pasará a la antología del cine, un púgil que se bate contra una de esas mancha en el negativo y la golpea y regolpea mientras la mancha crece y crece y se mueve en reacción a los golpes, como si fuera un luchador zurrando al tiempo y sus despojos. El resto del filme es un festín del abandono, una celebración del estropicio y la decadencia como virtud, en una película que se presenta como en vías de extinción.