Estreno mundial
Emilio entrevista a sus familiares sobre la muerte de su bisabuelo paterno a causa de la enfermedad minera llamada silicosis, lo que llevará a cada uno a dar su particular opinión sobre su conexión con la fe, la muerte y el recuerdo.
Un joven cineasta pide a su familia que le ayude a hacer una película. Sus primos sostienen un cristal con el título, sus padres suben a una escalera para escribir el nombre del director en una valla publicitaria, sus tíos le cuentan historias en la cabina del camión. Una película casera, que no sólo debe hacerse a través de ellos sino, sobre todo, con ellos. Un ritual, casi una liturgia, pero esculpida con modestia en los ritmos del día a día. Al principio y al final, de noche, la madre y el padre del cineasta leen sendas cartas a cámara. El micro queda a la vista. Entre esas dos escenas, el día. Es decir, el trabajo. Un tío del cineasta tiene una empresa que se dedica al transporte de escombros. Es un oficio duro pero peor era la mina que encharcó los pulmones del abuelo. Él y su hermano conducen el mismo modelo de camión: se puede comparar sus perfiles y lo que cuentan porque ambos están vistos desde el mismo ángulo. También son dos los primos pequeños del cineasta. A estos los graba juntos, de frente. Parecen el mismo en sus trajes de judokas pero cada uno es capaz de decir una cosa y la contraria. Todos, incluso ellos, mencionan a un antepasado que ninguno conoció, aquel bisabuelo, «el de las gambas», que escribía novelas por entregas, murió joven de silicosis y lo único que quería era que sus hijos no trabajaran en la mina. Dos soplos que son el mismo, el de la palabra y el de las generaciones, se han trenzado para atravesar la película. El viento que golpeó la ventana del bisabuelo es el que tres generaciones después ha escuchado el cineasta.
Manuel Asín