De entrada Tait evoca la niñez apacible en las Islas Orcadas, un paraíso perdido que la autora recuerda sin días de lluvia y con paisajes de inmensidad verde. Este poema es un canto a la alegría de ser niño, al juego y a la inocencia y un primer retrato del paisaje vivido hasta los siete años, la primera geografía de la memoria. Una película que funciona como una evocación, al decir de la autora, “cuando erróneamente creíamos que el sol duraba para siempre”.