En esta ocasión, el punto de partida a propósito de Oteiza es una escultura fronteriza. A modo de collage, la película se desarrolla en torno a un artículo escrito a cuatro manos por Josep Quetglas y Gillermo Zuaznabar que analiza la obra de Jorge Oteiza, situada en el Puente Internacional (1971), entre Irún y Hendaya. No es una obra con pretensiones objetivas, sino un modo de mirar, de entender una piedra para rescatarla de las manos de aquellos que guardan una frontera como una línea protectora de sus propiedades, y de aquellos que sin entenderla la han maltratado a lo largo de los años. La película no pretende convencer. No invita a compartir ideas, a comulgar con lo que cuenta. La intención, siendo más humilde, resulta al tiempo más perversa: que las imágenes infecten la mirada de quien mire y le condenen a escuchar la consigna secreta que guarda. Si así ocurriera, se rescataría la piedra, quedaría situada dentro del discurso y de quien la trabajó.