Estreno en España
La relación laboral entre el autor irlandés Samuel Beckett y el director de teatro alemán Walter Asmus. Beckett y Asmus se conocieron a principios de la década de 1970 y colaboraron estrechamente durante los siguientes quince años.
En 1967, en Berlín, el primer día de ensayos para una puesta en escena de Fin de partida, Samuel Beckett, temeroso del énfasis que los actores alemanes podían darle a los aspectos metafísicos de su obra, les dijo: Háganlo simple, todo simple. Si lo hacían simple, podemos pensar, lo demás vendría. Décadas después, al hacer esta película, Declan Clarke sigue ese principio: hacerlo simple, retener. Para contar las estancias de Beckett en Berlín y en Stuttgart, trabajando en puestas en escena de sus obras, le bastan lugares, documentos, hechos, un cuerpo. La película parece tan escueta como un páramo irlandés. Sin embargo, poco a poco, gracias a esa sencillez, las cosas van cristalizando. En primer lugar, las rutinas de Beckett: todos los días, al terminar el trabajo, da paseos por los mismos lugares y cena en el mismo restaurante cada noche. Luego, la relación con Walter Asmus, entonces un joven director de teatro, que le asistió en una puesta en escena de Esperando a Godot. Esa relación profesional se va prolongando. Una y otra vez vuelven a trabajar juntos. De pronto, sin que nos hayamos dado cuenta, ha cristalizado una amistad. Vemos entonces a Asmus hoy en día. Su silueta, su rostro, sus ojos. Es emocionante verlo y saber que fue el joven amigo de Beckett. Nos podemos preguntar: ¿en qué medida nuestras amistades no serán, como los paseos y los restaurantes de Beckett, una rutina, una hermosa rutina? Pero hay algo más. La amistad de esos dos hombres, ¿no nació acaso mirando en la misma dirección? ¿No consistía acaso su trabajo en mirar juntos, con atención, hacia un escenario, como otros pueden haber mirado juntos, con melancólica atención, hacia la luna? Las rutinas y la amistad cristalizan en torno al teatro. Los arbolillos y piedras del páramo irlandés cristalizan en un arbolillo y una piedra de teatro. Un hombre solo ante ese árbol de teatro. Un hombre solo sentado en esa piedra de teatro. El recuerdo de otro hombre. La luna. Después de todo, esta película, sin forzar el trazo, nos hace ver algo que no nos ha mostrado de veras: dos hombres juntos, su amistad, su fragilidad. Sin énfasis, ha aparecido la emoción. Nos ha llevado, por caminos simples, a un punto que, sin dejar de ser simple, ya no podemos desentrañar.
Pablo García Canga