Estreno internacional
Arrebatador encuentro entre dos sexagenarios con cojera
«¿Quieren que les cuente la película?»
En la terraza de un café, una mujer cuenta la primera escena de una película a dos amigas. Las amigas son Pascale Bodet y Bojena Horackova, ambas cineastas, y también actrices. La mujer que cuenta la historia es Anne Benhaïem: la propia cineasta.También actriz. La película es suya. La protagonista principal es ella. Se interpreta a ella misma: una mujer que vive en París, que ha sufrido un ictus y que cojea. Que por lo tanto se desplaza a velocidad reducida. Como la babosa del título. En unos segundos se chocará con un caracol: Serge Blazevic, un hombre que pinta, que también se interpreta a sí mismo. Un choque que dará inicio a un cuento moderno, elogio de la lentitud. Un camarero que pasaba por aquí les levantará del suelo. Pero no irán muy lejos. Se dice que en París hay un café cada tres metros: más del tercio de la película tendrá lugar en una terraza de café. Los encuentros con las amigas cineastas, que enmarcan la película, y el tomar copas de los dos protagonistas. Su encuentro fortuito —intencionado— es el pretexto ficcional de la película. Una trama de ficción minimalista que permite mostrar cuerpos limitados y hablar sobre los problemas inherentes, en situaciones cotidianas. En un registro infrecuente: el de una historia romántica entre sexagenarios, que enfrentan la vida con humor. Un humor profundo, dulce, preciso. Que no elude las dificultades, la bifurcación, el drama. Pero sin hacer drama. Con delicadeza. Una delicadeza que caracteriza también al montaje —en su sencillez, sus elipsis—. Que va construyendo una intimidad hermosa: la de un pijama para dos. Que forma una frágil burbuja alrededor de los dos protagonistas, sea en la calle, en un parque con aves, o en sus respectivos apartamentos, a los que se invitan, a los que nos invitan. Emana de las conversaciones de la babosa y el caracol una complicidad verdadera, un placer de jugar. Y es que gran parte de los diálogos son improvisados. Esa improvisación, que impregna la película, contribuye a su peculiar belleza, hace que se desprenda de ella una deliciosa libertad. Que toma como base una atención tierna a lo que se encuentra, a la relación humana, a los detalles que hacen que lo banal tenga poesía —ya sean pies desnudos o calzados, trozos de cinta adhesiva en un tronco de árbol, núcleo de fruta…—. A los detalles que permiten compartir historias. Al final, la cineasta pasará el testigo a sus amigas: lo vital es seguir contando historias e interesarse por ellas.
Frédérique Monblanc