Notre village

Año2022 Duración67 min. Formato de proyeccciónDCP ColorColor Idiomaarmenio DirecciónComes Chahbazian GuiónComes Chahbazian FotografíaComes Chahbazian SonidoJaouen Le Fur, Pauline Piris-Nury Producción Matière Première

Edición: Pauline Piris-Nury

Edición de sonido: Ludovic van Pachterbeke

Mezcla de sonido: Emmauel de Boissieu

Colorista: Pierre-Louis Cassou

Producido por: Julien Contreau, Pauline Piris-Nury

Coproducción: Isabelle Christiaens, Pierre Duculot, Serge Kestemont.

En co-producción con: RTBF, WIP y Luna Blue Film.

Estreno en Europa

A principios de los años 90, en Artsakh (Nagorno-Karabakh), voluntarios/as civiles de un pueblo deciden tomar las armas en resistencia, para liberar su tierra. Entre todos/as, tejen la trama de su historia común. En la vida de este pueblo, los gestos cotidianos siguen cargados de la presencia silenciosa de la guerra. Tres décadas más tarde, la Historia se repite. La guerra estalla de nuevo.

 

Aquí las casas son de piedra gris. Es lo que hay, como suele decirse, y si no combinan con el verde de los bosques que las rodean, peor para ellas. La vida se hace con lo que tenemos a mano. Los lugares donde vivimos tienen sus imposiciones. Algunas son violentas. Como por ejemplo, estar en mitad de dos comunidades que arrastran un conflicto secular y que revive de manera recurrente. Entonces los hombres son enviados a la guerra, los adolescentes mueren en el frente y las mujeres se convierten en las viudas y las madres de todos.

La desintegración de la Unión Soviética descalabra la vida de los habitantes de Artsaj, entre Armenia y Azerbaiyán. Viejas rencillas por fronteras y pertenencia reviven. Desde finales de la década de 1980 se han visto obligados a vivir no exactamente entre ruinas, pero sí en un estado de alerta y provisionalidad. Al visitar «nuestro pueblo», podemos comprobar cómo la actividad se mantiene a pesar de todo, cómo los niños juegan con lo que encuentran, el apicultor reconduce la producción de miel de las abejas, la practicante carga las agujas hipodérmicas, el pescador saca la red llena de peces, el matarife sacrifica al cerdo, y también cómo lo no humano se entrega a lo suyo: la araña teje su tela, el gato se relame con la sangre del cerdo. Todo este transcurrir parece preñado de un sentido oculto. ¿Qué vestigios buscamos entre estas imágenes?

Dejemos entonces que sean los vecinos quienes nos cuenten lo que ha pasado. A través de las palabras quizá podamos comprender mejor su pesar. Bajo una iluminación que determina un aire teatral, cada cual, más que explicar, declama los hechos que han conformado su historia. El recuerdo del día aciago en que todo se torció se convierte irremediablemente en una balada que recoge las corrientes subterráneas de todos los sentires y los fija. Así adquieren un nuevo poder, casi son presagios. Es esta estilización de la puesta en escena, alternada con las secuencias de carácter naturalista, la que hace visible la sentencia bíblica de que quien siembra vientos recoge tempestades. Que las palabras son un símbolo pero se manifiestan en la carne es algo que en nuestro pueblo aprendemos con sangre.

Bárbara Mingo Costales

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