Durante más de cuarenta años, Jorge Oteiza marcó con piedras y metal lugares culturalmente críticos, puntos sensibles del mapa. Desapercibidamente, dispuso estatuas en atalayas y frentes del paisaje, como signos vigilantes y de protección. Su amigo el arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oíza le construyó por fin su casa de Alzuza, su torre, como una fortaleza defensiva.
“La relación entre algo quieto, la estatua, y muchas cosas que se mueven. No solo la luz, sino la gente, la naturaleza. Cómo el movimiento general no tanto da vida a la estatua sino que descubre la vida que sabiamente, previendo todo esto, Oteiza le ha puesto a la estatua. Vemos a las estatuas, por decir así, en funcionamiento, cumpliendo la función para la que Oteiza las colocó, cuidadosamente, en esos lugares”. (Paulino Viota)