Edición: Elvira Sánchez Poxon y Christian Bagnat
Estreno mundial
Deseos, sueños, proyectos de futuro: todos los días los dicen en voz alta, como si fuera un hechizo. Un registro de este futuro se está fabricando lentamente, noche a noche. Crónica cinematográfica que acompaña la vida de una comunidad paraguaya, guaraní parlante, que se asentó en Cuenca, España. Un entramado de experiencias en el que filmar se parece a existir.
Será que el sueño es el verdadero trabajo nocturno, y la noche el momento en que se da forma a esa masa hecha de presente, pasado, futuro y todo aquello que es inventado. El trabajo de la mente cuando no la estamos viendo. Es todo lo que no es —justamente— trabajo, sino el tiempo libre, de verdad libre y lleno de curiosidad. Tembiapo pyharegua acompaña las noches (que a veces son días, momentos de noche espirituales) de una comunidad migrante en Cuenca, personas venidas de Paraguay que hablan en guaraní, entre ellas y con la película. Las acompaña de muchas formas, a la manera de episodios. Hay historias de aves cautivas por los reyes, quinceañeras, desfiles, momentos de primer amor, secciones en las cuales el relato de la migración se funde con el paisaje, anhelos de volver a un espacio propio…, como si la película quisiera pensar en una cantidad infinita de formas en las que puede ser un plano, porque hay una cantidad infinita de formas de estar lejos de casa. Lo que pasa con la migración es que sucede todo el tiempo, y tiene un relato que no tiene fin porque la vida se desdobla y se duplica: la vida allá, en la que se está a veces como un fantasma; la vida acá, donde se vive un poco ausente, a riesgo de ser invisible. Hay un sueño común, pero con infinitas variaciones: volver. ¿Y después? Un sueño que puede ser ansiosas pesadillas. Ese sueño es la película, que es una noche luminosa, artificial, democrática.
Lucía Salas
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