El Ícaro de Yuri Shiller sigue la máxima de Beckett: “fracasar siempre, fracasar mejor”. Cineasta de paisaje y paisanaje, su gran mirada, llena de sabia lentitud, se posa esta vez en uno de esos héroes anónimos que no son conscientes de su hazaña -ni aunque vengan a filmarla desde la ciudad-. Fedoseich es un conductor de ambulancias de un pueblo remoto en Rusia, donde todavía se ara a caballo y se siega a mano. Esconde en su jardín el tesoro de sus días: un avión ultraligero hecho por él mismo con el que algún día sueña con dejar la tierra. La bendición de la iglesia y la mirada del pueblo -que vuela con él- cuentan con su beneplácito, aunque en su primer intento solo se levante durante 20 segundos un metro del suelo… sea la que sea, es la altura suficiente para que el sol no derrita sus alas y le permita seguir viviendo en lo que más ama: el intento.