Esta película es una silla en el horizonte. Una silla donde sentar a un cineasta cansado para que cumpla su último sueño: atrapar el viento. No importa en qué desierto o en qué punto del Asia perdida se plante esa silla, ya que el cineasta cansado llegará hasta allí para hacer lo que ha hecho siempre: esperar. Y es también una película sobre eso: sobre la impuntualidad del viento. El cine según el maestro Ivens consiste sobre todo en la captura de lo invisible –ya hizo sus prácticas con la lluvia en 1929- y un cineasta se empeña, día sí y día no, en acudir a esa cita con el viento aunque la otra parte siempre se retrase. Con 90 años, y una brillante carrera ya cumplida, Joris Ivens demuestra toda su veteranía en este regalo final. En busca del viento va cargando su mochila de la poética de todas las leyendas que le salen al paso: una exhibición de cometas, una máscara que origina el aire con su feroz soplido, el baúl donde se esconden todos los vientos. En definitiva, un canto a la ligereza que nos dejó justo antes de morir el director holandés y que hizo de la mano de su mujer y cineasta, Marceline Loridan, acompañados magistralmente de las notas de aire del clarinetista de Bayona Michel Portal.