IC Docs-Iowa City International Documentary Film Festival.
Estreno en España
En 1999, Jayce Salloum grabó a la resistente libanesa Souha Bechara en su cuarto de París, poco mayor que la celda que acababa de dejar tras diez años. Souha está sentada al borde de la cama, mira a los ojos de alguien que apenas la entiende cuando habla árabe y medita con dulzura durante cuarenta minutos, no necesariamente acerca de su experiencia en la cárcel. Se pregunta cosas como por qué se les pone agua a las flores una vez que han sido cortadas. Sonríe, y a veces ríe abiertamente.
Esa grabación fue la primera de una serie llamada untitled videotapes, «cintas de vídeo sin título», que Salloum ha seguido registrando hasta el día de hoy. Son testimonios tomados en distintas partes del mundo, al azar, casi por capricho, un poco como se corta una flor. El cineasta no parece haberlos grabado sólo por lo que dicen las palabras que contienen. Están puntuados de silencios y los ojos de los entrevistados a veces se agrandan hasta ocupar toda la pantalla, distrayendo de sus discursos.
La novena entrega de la serie, muy breve y grabada en una escuela rural de Bumiyán, Afganistán, muestra a cuatro niños que cuentan chistes y cantan uno tras otro, como en un programa de televisión. En los chistes aparece siempre el mismo personaje, un hombrecillo aparentemente necio pero a su manera también sabio, llamado Nasrudín. ¿Puede un documental ser nada más que un gesto cotidiano, ordinario, ligado a la vida? ¿Puede una película ser al cine lo que un chiste a la literatura en su conjunto? ¿Puede un cineasta serrar la rama del árbol sobre la que está sentado? Los chistes de Nasrudín viven en una larguísima tradición oral desde hace cientos, si no miles, de años. Han dado lugar a colecciones escritas y figuras similares se encuentran en muchas culturas del mundo.
Manuel Asín