Estreno mundial
Cada día nos encontramos al borde del mundo. Cuando se acaba el mundo, empieza un nuevo día y un nuevo mundo. Hace tiempo que los días perdieron la conexión entre sí: ya no hay un mañana o un ayer, solo hoyes fragmentados. ¿Qué se encuentra al final del camino a través de estos fragmentos?
D-102, D-88, D-96, D-89… Esta es una película hecha de poemas filmados. De poemas hechos de imágenes, sonidos y palabras. Cada uno de esos poemas está precedido por la letra D y por un número. D de día, podemos pensar. Como si cada poema fuese la cristalización de un día en una pequeña forma. Lo mismo da fragmentos de vídeo o fotos, inscripciones en la pantalla o voz en off, hombres cantando en una tumba o una pantalla del móvil que se apaga. Todo encuentra su lugar, todo puede hacer nacer una emoción. Con cada poema, una forma nueva, una regla del juego nueva. Los fragmentos resuenan entre sí pero de manera libre, sin que sepamos bien la parte de azar y la parte de intención. Es como si nos encontrásemos, al cabo de los siglos, después del fin de un mundo, con un poemario muy antiguo al que le faltan páginas. Los números que preceden a cada poema nos hacen pensar en los números que no están. Adivinamos los poemas ausentes, los días vividos pero perdidos. Intuimos que aunque todos los poemas estuviesen hechos, seguirían faltando otros, los poemas no hechos. Sentimos que los poemas son apenas la punta que emerge de un iceberg, el iceberg de lo vivido. Al final, justo antes del último poema, aparece en la pantalla el rótulo D-1. Ese número, el 1, no es un número cualquiera. Es el primero o el último. El origen o el final. Y ahí la película hace su síntesis, una de las muchas síntesis posibles. Vemos aparecer y desaparecer imágenes fugaces. Oímos un sonido rítmico cuya causa no reconocemos. En un primer momento ni siquiera nos preguntamos cuál puede ser esa causa, pues el ritmo funciona y cuando un ritmo funciona nos sentimos más libres de no comprender. ¿No es acaso un poema, en gran parte, eso?, ¿ritmo? Al fin y al cabo, sin embargo, la película nos muestra el origen de ese sonido. Son pétalos secos que van cayendo de un táper que sacude una mano. El táper, al final, queda vacío. Podemos preguntarnos si una película se llena o se vacía de aquello que nos va mostrando. Podemos pensar, también, que los poemas que hemos visto y oído son como pétalos secos que conservan bajo una forma frágil lo que en otro tiempo estuvo vivo. Y que aquí estamos nosotros, los espectadores, para que no se pierdan. Para, con cuidado, recogerlos.
Pablo García Canga