«Nunca le sentí o vi como desfigurado. Nunca me dieron miedo. Diría incluso que Raimondakis es uno de los tipos más bellos que nunca he visto; no me fuerzo a decirlo. Ante mí, esta estatua antigua. Cuando lo veo ahí, no pienso en la lepra, pienso en él, Raimondakis, en nadie más. Veo bien que sus ojos ya no son ojos, pero detrás hay algo más que la mirada, esa especie de pantalla muy misteriosa. Las curvas de los ojos están en relación con las de la boca. Y, de hecho, esta asimetría, todas estas asimetrías en su rostro, en vez de conferirle fealdad, le dan una suerte de multiplicidad absolutamente extraordinaria. El mapa de este rostro me evoca un volcán, una montaña por los cuales habría pasado un torrente de lluvia, que habría erosionado, modelado naturalmente un paisaje. Después, si miro las orejas que son grandes, los pabellones, vemos que es ciego, podemos imaginar que sus orejas han crecido a medida que sus ojos se encogían. Además, está este mentón ligeramente avanzado. En resumen, es un rostro, para mí, de serenidad.» (JDP)